sábado, 30 de abril de 2011

Liturgia. Canto de entrada

En la Introducción al Misal (IGMR) en su punto 25 se dice que el objeto del canto de entrada es el de: “abrir la celebración y fomentar la unión de quienes se han reunido”. Otra función que se indica en el mismo IGMR es la de “introducir en el misterio litúrgico, o fiesta, que se celebra”. Al iniciarse el canto, este debe de indicarnos el tiempo litúrgico en el que nos encontramos.

Atendiendo a lo indicado anteriormente, el canto de entrada debe de cumplir unas características tales como; un canto que tenga la duración justa para que no sea largo como para cansar y con la duración justa para que todos se sientan unidos a través de él; un canto sencillo que todos conozcan y que se pueda cantar sin miedo y con alegría; un canto acorde con el tiempo litúrgico en el que nos encontremos.

El canto de entrada es un canto que debe de ser cantado preferiblemente por toda la asamblea, no debe de ser exclusivo del coro. Debe de contar de estrofa y de estribillo para que asi sea cantado por el coro y la asamblea.
El canto de entrada debe de comenzar al comienzo de la solemne procesión de entrada si la hay o cuando el que preside haga su entrada a la asamblea. La finalización del canto de entrada sería recomendable que terminara cuando el celebrante llegara a la sede y también participara del canto.

viernes, 29 de abril de 2011

II Domingo de Pascua

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 20, 19- 31
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
¡Señor Mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.
Palabra del Señor

viernes, 22 de abril de 2011

Significado del Viernes Santo

Este día recordamos la Pasión de Nuestro Señor: su aprehensión, los interrogatorios de Herodes y Pilato; la flagelación, la coronación de espinas y la crucifixión.
La crucifixión era la ejecución más cruel y degradante que se conocía hasta el punto de que un ciudadano romano no podía ser crucificado. La muerte sobrevenía después de una larga agonía.
 Jesús en la cruz, con un sufrimiento físico y moral, fue capaz de perdonar a los que lo ofendieron.
Las “siete palabras” de Jesús son el testamento que nos deja al morir y emprender su partida al Padre:
• Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.
• En verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso.
• Mujer ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu Madre.
• Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
• ¡Tengo sed!
• Todo está cumplido.
• Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Desde la cruz, Jesús nos termina de dar su mensaje de amor y salvación dejándonos a su Madre y enseñándonos a perseverar hasta el final. El sacrificio de la cruz se vuelve a vivir en cada Eucaristía, por medio de ella, Jesús sigue vivo y permanece con nosotros.
El Viernes Santo lo conmemoramos con un Via Crucis solemne y con la ceremonia de la Celebración de la Pasión del Señor en la que se hace la adoración de la cruz.
Hoy no se celebra la Eucaristía en todo el mundo. El altar luce sin mantel, sin cruz, sin velas ni adornos. Recordamos la muerte de Jesús. Los ministros se postran en el suelo ante el altar al comienzo de la ceremonia. Son la imagen de la humanidad hundida y oprimida, y al tiempo penitente que implora perdón por sus pecados.
Van vestidos de rojo, el color de los mártires: de Jesús, el primer testigo del amor del Padre y de todos aquellos que, como él, dieron y siguen dando su vida por proclamar la liberación que Dios nos ofrece

jueves, 21 de abril de 2011

Viernes Santo

PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN JUAN 18, 1-19,42

En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
¿A quién buscáis?
Le contestaron:
A Jesús, el Nazareno.
Les dijo Jesús:
Yo soy.
Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez: + -«¿A quién buscáis?»
Ellos dijeron:
A Jesús, el Nazareno.
Jesús contestó:
Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.
Y así se cumplió lo que había dicho: “No he perdido a ninguno de los que me diste”.
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?
La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: “Conviene que muera un solo hombre por el pueblo”. Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro:
¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?
Él dijo:
No lo soy.
Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contestó:
Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.
Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
¿Así contestas al sumo sacerdote?
Jesús respondió:
Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si le hablado como se debe, ¿por qué me pegas?
Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.
Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron:
¿No eres tú también de sus discípulos?
Él lo negó, diciendo:
No lo soy.
Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
¿No te he visto yo con él en el huerto?
Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.
Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
¿Qué acusación presentáis contra este hombre?
Le contestaron:
Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos.
Pilato les dijo:
Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley.
Los judíos le dijeron:
No estamos autorizados para dar muerte a nadie.
Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús le contestó:
¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?
Pilato replicó:
¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?
Jesús le contestó:
Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
Pilato le dijo:
Con que, ¿tú eres rey?
Jesús le contestó:
Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.
Pilato le dijo:
Y, ¿qué es la verdad?
Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:
Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?
Volvieron a gritar:
A ése no, a Barrabás.
El tal Barrabás era un bandido.
Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
¡Salve, rey de los judíos!
Y le daban bofetadas.
Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa.
Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
Aquí lo tenéis.
Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
¡Crucifícalo, crucifícalo!
Pilato les dijo:
Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él. C. Los judíos le contestaron:
Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios.
Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:
¿De dónde eres tú?
Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo:
¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?
Jesús le contestó:
No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor.
Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César.
Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos:
Aquí tenéis a vuestro rey.
Ellos gritaron:
¡Fuera, fuera; crucifícalo!
Pilato les dijo:
¿A vuestro rey voy a crucificar?
Contestaron los sumos sacerdotes:
No tenemos más rey que al César.
Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado “de la Calavera” (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: “Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos”. Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
No escribas: "El rey de los judíos", sino: "Este ha dicho: Soy el rey de los judíos".
Pilato les contestó:
Lo escrito, escrito está.
Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca.
Así se cumplió la Escritura: “Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica”. Esto hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Luego, dijo al discípulo:
Ahí tienes a tu madre.
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:
Tengo sed.
Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
Está cumplido.
E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Y al punto salió sangre y agua
Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán un hueso”; y en otro lugar la Escritura dice: “Mirarán al que atravesaron”.
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura dé mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Palabra del Señor

miércoles, 20 de abril de 2011

Significado del Jueves Santo

Con la Eucaristía de la tarde del Jueves inauguramos el Triduo Pascual, que estará formado por el Viernes, Sábado y Domingo.
En este Triduo celebramos el Misterio central de todo el año para los cristianos: la MUERTE y RESURRECCION de Jesús, su PASCUA, su “paso” a través de la muerte a la nueva existencia.
En el siglo V en África e Italia se empezó a llamar este día, la Cena del Señor, día dedicado a celebrar la institución de la eucaristía (antes de este siglo se celebraba un martes-miércoles). Además, a la liturgia del Jueves Santo se unieron otros episodios que dieron principio a la pasión de Cristo: la oración en el huerto de los Olivos y la traición de Judas (de ahí que en muchas iglesias llamasen a este día, el día de la traición).
En este mismo día, desde la más remota antigüedad cristiana, se hacían dos ritos:
a) La reconciliación de los penitentes (a partir del año 416, que después de un largo periodo de tiempo de penitencia, los penitentes se acercaban a la iglesia para obtener el perdón).
b) Y la consagración de los Óleos (uno de los ritos más solemnes, aunque no se sabe cuándo se empezó a realizar el jueves, ya que al principio no se bendecían los óleos en el mismo día, y lo hacían por separado; es decir, el crisma y aceite de catecúmenos antes del bautismo, y el de los enfermos siempre que lo pedían los fieles).
El Jueves Santo es un día lleno de significados sacramentales.
Es un día en el que se congrega a la Iglesia en grande. El Obispo consagra los santos óleos, con los cuales se realizará durante el año la celebración de los sacramentos.
Es el día en el que el sacramento de la penitencia y de la reconciliación comunitaria hace acto de presencia.
El sacramento del servicio (lavatorio de los pies), como mandato del Señor, se realizó siempre en este día como expresión vivida del espíritu que tiene que animar a los seguidores del Maestro: No vine a ser servido sino a servir .
El Sacramento de la Eucaristía, como sacramento de la fraternidad.
El sacramento del sacerdocio fue siempre proclamado en este día, como la mediación de la presencia de Jesucristo, el Buen Pastor.
Aunque se le conceda el relieve que se merece, debería evitarse que le Jueves Santo parezca la gran celebración del año. La Eucaristía central es la de la Vigilia Pascual. La Cena del Señor debería revestirse de una cierta sobriedad. La dinámica pascual debe respetarse. Y esa dinámica va de la austeridad a la alegría, de la muerte a la resurrección.
El sentido de este día es de unión, de fraternidad, hermandad, de cena todos juntos sentados a la mesa, de servicio e imitación del ejemplo de Cristo en la vida personal, de caridad. Y todo esto en un clima de fiesta.
Fuentes consutadas: http://www.mercaba.org/DIESDOMINI/SS/JUEVES/marcojuevessanto.htm  http://www.mercaba.org/Enciclopedia/J/jueves_santo.htm   http://www.diocesisdeteruel.org

JUEVES SANTO

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 13, 1-15
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando (ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara) y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro y éste le dijo:
Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?
Jesús le replicó:
Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.
Pedro le dijo:
No me lavarás los pies jamás.
Jesús le contestó:
Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.
Simón Pedro le dijo:
Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.
Jesús le dijo:
Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos." (Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: "No todos estáis limpios".)
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "El Maestro" y "El Señor", y decís bien, por que lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.
Palabra del Señor

sábado, 16 de abril de 2011

Llega la Semana Santa

Se aproxima la Semana Santa, la semana mas intensa para los católicos y sin embargo lamentablemente, ésta se ha convertido en una semana de ocio, vacaciones, festividad... por no citar como añadidura los intentos de humillación a los que hemos sido objeto con amenazas de “procesiones ateas” como la que gracias a Dios y a las oraciones de muchos, se ha suspendido en Madrid. O también un nuevo ataque por parte de las feministas en plena misa en la facultad de económicas de Barcelona, bajo los gritos como lema de “fuera los rosarios de nuestros ovarios”.
Es esta una semana en la que con mayor ahínco debemos poner todas nuestra fuerzas en la oración, en la reflexión. Es momento de vivir junto a Jesús su pasión, de morir con él enterrando nuestros pecados con el sacramento de la penitencia y resucitando con ÉL el Domingo de la Pascua de Resurrección.
Lo importante no es sólo recordar con tristeza lo que Cristo pasó, sino celebrar y entender por qué murió y resucitó. Recordar que murió y soportó estoicamente todo tipo de humillación, por nosotros. Por tí y por mí. Por salvarnos.
Para vivir la semana Santa, debemos darle a Dios el primer lugar en estos días y participar en toda la riqueza de las celebraciones propias de este tiempo litúrgico. Es en esta semana cuando mas cerca debemos de estar de EL, es en esta semana donde debe de dar frutos nuestra cuaresma que culminará el Domingo de Resurrección y que renovaremos fielmente en la Eucaristía cada Domingo de nuestras vidas.
Así pues hagamos un buen examen de conciencia, hagamos uso del sacramento de la penitencia y dispongámos a vivir, de verdad, una Semana Santa.

viernes, 15 de abril de 2011

DOMINGO DE RAMOS

PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN MATEO 26, 14-27, 66


En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?
Él contestó
Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: “El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos.”
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.
Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
¿Soy yo acaso, Señor?»
Él respondió:
El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
¿Soy yo acaso, Maestro?
Él respondió:
Tú lo has dicho.
Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
Tornad, comed: esto es mi cuerpo.
Y, cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias y se la dio diciendo:
Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre.
Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos.
C. Entonces Jesús les dijo:
Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: “Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño.” Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.
Pedro replicó:
Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré.
Jesús le dijo:
Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces.
Pedro le replicó:
Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.
Y lo mismo decían los demás discípulos.
Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo:
Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.
Y, llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse.
Entonces dijo:
Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo.
Y, adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y oraba diciendo:
Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.
Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos.
Dijo a Pedro:
¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil.
De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:
Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.
Y, viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque tenían los ojos cargados. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba, repitiendo las mismas palabras.
Luego se acercó a sus discípulos y les dijo:
Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora, y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.
Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña:
Al que yo bese, ése es; detenedlo.
Después se acercó a Jesús y le dijo:
¡Salve, Maestro!
Y lo besó. Pero Jesús le contestó:
Amigo, ¿a qué vienes?
Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote.
Jesús le dijo:
Envaina la espada; quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría enseguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene que pasar.
Entonces dijo Jesús a la gente:
¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis.
Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía de lejos, hasta el palacio del sumo sacerdote, y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello.
Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos, que dijeron:
Éste ha dicho: “Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días.”
El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:
¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?
Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:
Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.
Jesús le respondió:
Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: Desde ahora veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo.
Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo:
Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?
Y ellos contestaron:
Es reo de muerte.
Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon, diciendo:
Haz de profeta, Mesías; ¿quién te ha pegado?
Pedro estaba sentado fuera en el patio, y se le acercó una criada y le dijo:
También tú andabas con Jesús el Galileo.
Él lo negó delante de todos, diciendo:
No sé qué quieres decir.
Y, al salir al portal, lo vio otra y dijo a los que estaban allí:
Éste andaba con Jesús el Nazareno.
Otra vez negó él con juramento:
No conozco a ese hombre.
Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro:
Seguro; tú también eres de ellos, te delata tu acento.
Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar, diciendo:
No conozco a ese hombre.
Y enseguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces.» Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y, atándolo, lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador.
Entonces Judas, el traidor, al ver que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y ancianos, diciendo:
He pecado, he entregado a la muerte a un inocente.
Pero ellos dijeron:
¿A nosotros qué? ¡Allá tú!
Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, recogiendo las monedas, dijeron:
No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas, porque son precio de sangre.
Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo escrito por Jeremías, el profeta: «Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor.»
Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:
¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús respondió:
Tú lo dices.
Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:
¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?
Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Había entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, les dijo Pilato:
¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?
Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:
No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.
Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús.
El gobernador preguntó:
¿A cuál de los dos queréis que os suelte?
Ellos dijeron:
A Barrabás.
Pilato les preguntó:
¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?
Contestaron todos:
Qué lo crucifiquen.
Pilato insistió:
Pues, ¿qué mal ha hecho?
Pero ellos gritaban más fuerte:
¡Qué lo crucifiquen!
Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia de la multitud, diciendo:
Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!
Y el pueblo entero contestó:
¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!
Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo:
¡Salve, rey de los judíos!
Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa, echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de su cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Los que pasaban lo injuriaban y decían, meneando la cabeza:
Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.
Los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también, diciendo:
A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz, y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?
Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.
Desde el mediodía hasta la media tarde, vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:
Elí, Elí, lamá sabaktaní.
Es decir:
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?)
Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron:
A Elías llama éste.
Uno de ellos fue corriendo; en seguida, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio a beber.
Los demás decían:
Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.
Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
Entonces, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron. Las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a muchos.
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, el ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:
Realmente éste era Hijo de Dios.
Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos.
Al anochecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Éste acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí, sentadas enfrente del sepulcro.
A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:
Señor, nos hemos acordado que aquel impostor, estando en vida, anunció: “A los tres días resucitaré.” Por eso, da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, roben el cuerpo y digan al pueblo: “Ha resucitado de entre los muertos. La última impostura sería peor que la primera.”
Pilato contestó:
Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis.
Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro.
Palabra del Señor

viernes, 8 de abril de 2011

V Domingo de Cuaresma

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 11, 1-45
En aquel tiempo, un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro. Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo:
Señor, tu amigo está enfermo.
Jesús, al oírlo, dijo:
Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos:
Vamos otra vez a Judea.
Los discípulos le replican:
Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí?
Jesús contestó:
¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz.
Dicho esto, añadió:
Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo.»
Entonces le dijeron sus discípulos:
Señor, si duerme, se salvará.
Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño
natural.
Entonces Jesús les replicó claramente:
Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su casa.
Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos:
Vamos también nosotros y muramos con él.
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús:
Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.
Jesús le dijo:
Tu hermano resucitará.
Marta respondió:
Sé que resucitará en la resurrección del último día.
Jesús le dice:
Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?
Ella le contestó:
Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.
Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja:
El Maestro está ahí y te llama.
Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él; porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole:
Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.
Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, sollozó y, muy conmovido, preguntó:
¿Dónde lo habéis enterrado?
Le contestaron:
Señor, ven a verlo.
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
¡Cómo lo quería!
Pero algunos dijeron:
Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?
Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa.
Dice Jesús:
Quitad la losa.
Marta, la hermana del muerto, le dice:
Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.
Jesús le dice:
¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.
Y dicho esto, gritó con voz potente:
Lázaro, ven afuera.
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
Desatadlo y dejadlo andar.
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
Palabra del Señor

martes, 5 de abril de 2011

Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe

Tal y como reza San Pablo en el eslogan de la Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011,
así debe de ser nuestra postura ante las constantes provocaciones de numerosos colectivos hacia nuestras creencias y estilo de vida tales como y por citar algunas las siguientes:
  • La Generalitat de Cataluña vuelve a arremeter contra la Iglesia
    en una obra teatral subvencionada.
  • Asociaciones ateas insisten en su contraprocesión de Jueves Santo, cerca de la del Gran Poder.
  • La laicista Fundación CIVES ya ha formado a 1.500 profesores de EpC
Al igual que nuestro Señor Jesucristo soportó provocaciones y humillaciones así también debemos nosotros de soportar estoicamente todas las zancadillas que nos están poniendo. No debemos de caer en el error de prestarles atención y la unica forma que tenemos de constestarles es dándoles ejemplo con nuestras obras, debemos de devolver bien por mal. Es el momento de demostrar nuestra firmeza no criticando en redes sociales, blogs, encuestas de prensa... sino actuando, dando la cara en todos los campos posibles. Si quieren quitar las capillas de las universidades, llenemos las mismas participando en la eucaristía diaria en ella. Sin quieren quitar los crucifijos, llevémoslo prendido al cuello, en un pin, en pegatina, donde sea y como sea. Que nos sirva como recuerdo de nuestro trato con ÉL. Tratemos que cada minuto de nuestro día esté dedicado a ÉL y sea para ÉL.
Lo que sí debemos de evitar es la confrontación sin razonamiento, sin obras. Ya sabíamos que seguir a Jesucristo no era tarea fácil. Así pues en este tiempo, que casi esta finalizando de cuaresma, repasemos nuestro compromio con ÉL y resistamos firmes en la fe y predicando con nuestras obras.

viernes, 1 de abril de 2011

IV Domingo de Cuaresma

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 9, 1-41
En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron:
Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?
Jesús contestó:
Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.
Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo:
Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:
¿No es ése el que se sentaba a pedir?
Unos decían:
El mismo.
Otros decían:
No es él, pero se le parece.
Él respondía:
Soy yo.
Y le preguntaban:
¿Y cómo se te han abierto los ojos?
Él contestó:
Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver.
Le preguntaron:
¿Dónde está él?
Contestó:
No sé.
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó:
Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.
Algunos de los fariseos comentaban:
Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.
Otros replicaban:
¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:
Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?
Él contestó:
Que es un profeta.
Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:
¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?
Sus padres contestaron:
Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse.
Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos; porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: "Ya es mayor, preguntádselo a él."
Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron:
Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.
Contestó él:
Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo. Le preguntan de nuevo:
¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?
Les contestó:
Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?
Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:
Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.
Replicó él:
Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.
Le replicaron:
Has nacido todo entero en pecado, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?
Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
¿Crees tú en el Hijo del hombre?»
Él contestó:
¿Y quién es, Señor, para que crea en él?
Jesús le dijo:
Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.
Él dijo:
Creo, Señor.
Y se postró ante él.
Jesús añadió:
Para un juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos.
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:
¿También nosotros estamos ciegos?
Jesús les contestó:
Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.
Palabra del Señor.